Hace
muchos años vivía un rey que era comedido en todo excepto en una cosa: se
preocupaba mucho por su vestuario. Un día oyó a Guido y Luigi Farabutto decir
que podían fabricar la tela más suave y delicada que pudiera imaginar. La prenda,
añadieron, tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido
o incapaz para su cargo, por supuesto, no había prenda alguna. El emperador, sintiéndose
algo nervioso acerca de si él mismo sería capaz de ver la prenda o no, envió
primero a dos de sus hombres de confianza a verla. Evidentemente, ninguno de
los dos admitieron que eran incapaces de ver la prenda y comenzaron a alabar a
la misma. Toda la ciudad había oído hablar del fabuloso traje y estaba deseando
comprobar cuán estúpido era su vecino. El rey fue vestido con la inexistente
prenda, por los picaros sastres, y salió con ella a un desfile, sin admitir que
era demasiado inepto o estúpido como para poder verla. Toda la gente del pueblo
alabó enfáticamente el traje, temerosos de que sus vecinos se dieran cuenta de
que no podían verlo, hasta que un niño dijo: ¡Pero si va desnudo!
Este
cuento de Hans Christian Andersen publicado en 1837, “Traje nuevo del
emperador”, sirve de referencia de lo que está ocurriendo en nuestra querida y
nunca olvidada Cataluña. Los independentistas siguen con su fabulación de
investidura de un presidente que como el emperador del cuento va desnudo -sin
amparo legal- y nadie quiere decirlo por miedo a ser tachados de locos. Pero
paradójicamente es, ese delirio, lo que les encaja en lo que no quieren ser,
unos chiflados. Unos alienados, como lo demuestran los dos principales partidos
independentistas de Cataluña -Juntos por Cataluña e Izquierda Republicana de
Cataluña-, manteniendo su desafío con el anunciado acuerdo para investir como
presidente regional a Carles Puigdemont, que pretende asumir a distancia desde
Bélgica la citada representación. Una postura inasumible, ilegal y
absolutamente perjudicial para los intereses de todos. Una situación en la que
una amplia (y usualmente sin poder) mayoría de independentistas deciden de
común acuerdo compartir una ignorancia colectiva de un hecho obvio, aun cuando
individualmente reconozcan lo absurdo de la situación. Dos partidos que, como Guido
y Luigi, quieren hacerle un traje al presidente con la especial capacidad de
ser invisible para cualquier estúpido o incapaz para su cargo.
Este
cuento insiste en las limitaciones inherentes a la percepción humana de la
realidad. Una disposición que pone de manifiesto la relatividad de la condición
humana. La opacidad o la naturaleza inexpresable de la verdad, el
comportamiento de las personas que votan a unos partidos que les mantienen en
una nube de mentiras. Un pueblo que observando la desnudez de sus planteamientos
siguen viendo, defendiendo y, lo que es peor, participando en la ruina de un
gran pueblo. El cuento invita por lo tanto a la reflexión sobre estas
limitaciones que el odio, el rencor y la tozudez le mantienen ciegos ante una
realidad manifiesta, y nos demuestra que nunca debemos llevarnos por criterios
ajenos, sino decir la verdad siempre y pensar por nuestra propia cabeza.
Sin
embargo, la falta de honradez para reconocer sus limitaciones los lleva a un
sin pensar, a un vivir ajeno a la realidad que los rodea. Prefieren como los
enajenados vivir con la mentira a afrontar la verdad. Un existir en la post
verdad, en continuos prejuicios que carecen de fundamentos verificables, pero
aun así se prefiere a la verdad probada por hechos objetivos. Cuando el prejuicio
es más importante que el juicio, cuando el convencionalismo es tan importante
para ti que no estás dispuesto a ponerlos en cuestión por el dato, la verdad,
la evidencia o el hecho, eres capaz de asumir que, por ejemplo, la postura del
soberanismo catalán es cierto, más aun, no necesita de explicaciones. Es una
manera de evitar el coste psicológico, emocional e intelectual de cambiar. La
gente busca certezas fáciles y rápidas aunque sean mentiras.
Como
en el cuento de Andersen, el “President” quiere ser investido con la
inexistente dignidad, por lo picaros soberanistas, y saldrá, de nuevo, a decir
que es el nuevo ocupante del regio y lujoso refugio en Bélgica –nueva sede del
parlamento catalán-, sin admitir que era demasiado inepto o estúpido como para
poder ver lo que el resto del mundo veía. Su entorno, esa parte del pueblo
catalán que sigue con su locura independentista, alabará su nueva investidura,
temerosos de que el resto de vecinos catalanes se den cuenta de que nadie es
capaz de aceptarlo. Y como en el cuento tendrá que salir un niño y decirles:
¡Pero si va desnudo!
José
Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog:
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Twitter:
@japuigcamps
Publicado
21-01-2018